Autómata

El autómata vino a mí esperando que yo tenga la palabra que le pondrá fin a sus días. Pero quizás yo no la tengo.

Anoche el autómata cruzó la frontera de mi patio.

Me puso encima unos ojos crudos como de avellanas sin cáscara

y me dijo: “Hazlo pronto, hace tiempo que espero.”

Le dije: “¿hacer qué?”,

pero yo sabía.

 

Yo sabía que un autómata es un set de ciudades que se eslabonan unas con otras 

como catástrofes de un mismo signo.

Cada ciudad está sellada por túneles

—algunos de piedra, algunos espesos como las paredes de los órganos—,

y sabía también que, túnel adentro,

basta decirle al autómata una palabra precisa

para que alcance con ella cualquier punto de su geografía.

 

Una palabra basta para ordenarle al autómata que vaya al Sahara

o a sus bosques de Angkor, donde los árboles

les tuercen el cuello a los hombres como serpientes templadas por el agua.

 

Pero poco importa

porque el autómata no conoce a los árboles.

No conoce palabras para concebir al mundo.

Ningún código binario le puede obligar a imaginarse el tacto de una hoja fría

acariciándole los muslos.

 

Por eso solo espera.

Espera que la palabra precisa le ordene:

“Márchate de aquí y ve a la ciudad de las cosas que no tienen nombre.

En ella encontrarás una torre de plata y signos de tránsito que dicen: 

‘Aquí se terminan tus días como autómata.

No hay más palabras ni más laberintos.

Esta ciudad es el fin de tu sistema.’”

 

Todo autómata quiere alcanzar esa ciudad de las cosas sin nombre,

pero el autómata no sabe.

No conoce su lenguaje y por eso está expuesto al aire y al abismo.

No sabe qué palabra le minará la sombra, cuál lo llevará a la ciudad

y cuál le dibujará conejitos de plástico en las palmas de las manos.

 

El autómata no sabe.

A veces prueba.

Se dice a sí mismo las palabras “sable”, “mar”, “borgoña” y luego espera.

Pero no pasa nada.

 

Yerra por años en ciudades a medias

y les ruega a todos por otra palabra.

Recurre a los hombres y a los diccionarios

y por eso anoche vino a mí y me dijo: “Hazlo pronto, hace mucho que espero”.

Yo sé que quiere que le diga la palabra correcta,

que con ella lo lleve a esa ciudad en donde las cosas no tienen nombre

y los cielos son transparencias que horadan la tierra.

Pero yo no puedo.

 

Con los ojos barridos por el ácido le digo:

“No puedo. Yo también soy un autómata.

De un orden distinto al tuyo, pero yo también espero.

También espero que venga alguien y me arranque las ciudades que me pesan sobre los huesos.

También espero la ciudad donde reventarán los días de mi sistema.

Pero no hay tal. No hay tal. No hay tal”.

 

Ilustración: Robot – MadlegBadleg

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

¿TE GUSTÓ? COMPÁRTELO

SI MI TRABAJO TE GUSTA, TE INSPIRA O TE HACE PENSAR ALGO INTERESANTE, PUEDES CONSIDERAR APOYARME CON UNA PROPINA

Cuento

La lista de Hume

Yo sé que a mi novio esta realidad no le basta. ¿Qué hacer con el corazón cuando tu novio se va a vivir a un mundo paralelo?

Read More »
Cuento

Uncanny Valley

El Uncanny Valley ocurre cuando una réplica del ser humano es tan realista que casi la creemos uno de nosotros. Pero ellos nunca podrán ser como nosotros.

Read More »
Reseñas

Reseña La chica oculta

Una antología de cuentos de ciencia ficción que nos lleva al territorio de la singularidad y lo posthumano y quizás nos acompaña a hacer el duelo por nuestro mundo que está muriendo.

Read More »

¿Quieres leer un libro gratis?

Los tlacuaches mágicos de esta web quieren enviarte un libro gratis a tu correo electrónico.

 

Solo deja tus datos y en breve recibirás los links de descarga:

¡Tu libro está en camino!

Nuestros tlacuaches están enviándote ahora mismo el libro por correo electrónico :D

 

Si no lo encuentras, revisa en tus carpetas de Spam y Promociones.