Antes de decir nada sobre La chica oculta, tengo que advertir que Ken Liu es un autor muy importante para mí. El zoo de papel, su previa antología de relatos, fue un parteaguas en mi vida: fue el libro que vino a enseñarme exactamente el tipo de ficción especulativa que quería escribir. Muchos de los cuentos de ese libro han nutrido mi manera de crear y a la fecha me inspiran y están en mi lista de favoritos personales.
Frente a eso, de entrada pensé que quizás La chica oculta se había quedado corto. Los dos primeros cuentos incluso me parecieron un poco mediocres: remasticaciones menos logradas de temas recurrentes de su libro anterior: la identidad asiática y su choque con el monstruo del imperialismo norteamericano; el deseo de conservar o recuperar las raíces o bien el deseo del colonizado de asimilarse al imperio, solo para descubrir que, haga lo que haga, siempre será visto como lo inferior, lo salvaje, Lo Otro.
Sin embargo, una vez que llegué a Renacido, el tercer cuento, supe que estaba otra vez leyendo lo mejor de Ken Liu, es decir: estaba en una montaña rusa que me iba a destruir intelectual y emocionalmente más allá de toda salvación.
Renacido plantea la idea de una raza alienígena cuya identidad no está basada en la memoria. Ellos no son lo que recuerdan, pero nosotros sí. Nosotros somos lo que fuimos, somos el dolor, somos el recuerdo, somos el pasado. E híjole, no sé si porque lo leí justo durante la racha de días en los que estuve tratando de reconciliarme con cosas que me sucedieron (cosas que hice) hace catorce años, pero el cuento me vio, me tocó, caló hondo.
Lloré mucho con él y tuve esa sensación agradable de recordar por qué necesitamos la literatura y las historias ahí donde es difícil que otra cosa nos comprenda.
Ninguna historia superó para mí el pico emocional que fue Renacido (y estoy segura de que esto se debe a motivos enteramente personales y es una prueba más de que los libros son nuestros y no están terminados sin nosotros, los lectores), pero de ahí en adelante la experiencia de lectura fue intensa, envolvente y muy grata.
Empatía bizantina me explotó la cabeza con las preguntas incómodas (y quizás desalentadoras) que plantea: ¿en dónde ponemos nuestra empatía? ¿Hay manera de resolver el dolor humano en este mundo en el que campean la geopolítica y juegos de poder complejos que pocos comprenden?
Artistas de verdad me incomodó y me hirió en el orgullo de persona que se dedica a una actividad creativa. Me hizo pensar en nuevas perspectivas acerca de la pregunta de si las inteligencias artificiales algún día van a reemplazarnos. Es extraño, pero incluso siento que el cuento me convenció de que algún día podría ocurrir y de que no sería tan terrible. Como muchas otras cosas que al principio duelen, terminaremos aceptándolo.
En esa misma tónica, creo que lo que más disfruté del libro fue la unidad temática que alcanzan la triada de cuentos Nadie encadenará a los dioses, Nadie asesinará a los dioses y Los dioses no habrán muerto en vano, más los otros dos que sentí que eran lados B del mismo universo ficcional: Quedarse atrás y En otro lugar por completo distinto, inmensas manadas de renos.
Estos cinco cuentos conforman un amplio segmento del libro y son un viaje profundo al territorio de la singularidad y de lo posthumano. Entre todos cuentan la historia de las primeras consciencias que fueron migradas al mundo digital, la de los renuentes que decidieron conservar la vida mortal y física fuera de la simulación informática y las de los posthumanos que, millones de años después de la singularidad, pasean de vez en cuando por el mundo físico para reencontrarse con la forma de vida de sus ancestros.
Voy a ser honesta. Antes de leer este libro de Ken Liu, yo veía este tema de la singularidad y de migrar nuestras consciencias como una cosa muy à la Elon Musk, una fantasía muy de millonario extravagante. He pensado que lo que nos toca es reparar la Tierra y reparar nuestra forma de vida física, no estar pensando en cómo migar al mundo digital y hacernos inmortales.
Sin embargo, esta quíntupla de cuentos de Ken Liu… ¿me convenció de que la singularidad no sería tan mala? ¿Quizás?
No lo sé. No estoy muy segura aún de cómo me siento, pero me pareció interesante leer cuentos que imaginan una (post)humanidad más allá de la catástrofe ecológica; cuentos que, de hecho, ven la catástrofe ecológica como inexorable, como algo que no podremos evitar a no ser que renunciemos a nuestro deseo de seguir existiendo como especie. Y, como no vamos a renunciar, entonces mejor pensemos en irnos a otro lado: en existir en un sitio donde no seamos una carga para la Tierra.
Pensar en estas ideas me produjo desasosiego, duelo. Fue muy raro. Fue igual que el cuento que propone que quizás tendremos que aceptar, como artistas, que las máquinas y formas nuevas de expresión van a reemplazarnos.
Si me explico mejor con ello, creo que los cuentos de La chica oculta me hicieron sentir que el mundo y la idea de lo humano son más vastas; que somos pequeños y los modos de vida a los que nos aferramos son efímeros, que hay más: siempre habrá más. Acaso esta sensación de vastedad y trascendencia sea el motivo por el que la ciencia ficción nos apela profundamente a algunos de nosotros.
Después de todo: ¿qué es lo humano?, parecen preguntarse los cuentos de Ken Liu. ¿Somos humanos porque somos mortales? ¿Lo somos por la limitación de nuestros cuerpos físicos? ¿Lo somos por nuestra experiencia de lo sensorial y lo terrestre? ¿O somos humanos por otra cosa, por algo más indefinible?
Y es curioso, pero estos cuentos de Ken Liu también están plagados de relaciones conflictivas entre padres e hijos y, en sí, con los ancestros. El dilema de la identidad cultural conflictuada, tan presente en su libro pasado, parece trascender aquí a una nueva dimensión: ahora es el drama de si aceptar o no una nueva forma de humanidad, de si rehusarse a ella para honrar a los ancestros o bien traicionar a los ancestros para abrazar lo nuevo y lo inmortal y lo posthumano; de si buscar las raíces a través de nuestros ancestros que tuvieron cuerpos físicos porque quizás hay algo irremediable que perdimos al abandonar la Tierra…
Una y otra vez se plantean estas preguntas y en realidad no hay respuestas, solo una incógnita que se hace más honda y que sí se siente como un duelo, como un duelo por un mundo que está muriendo y que acaso sea el nuestro, justo ahora.
Y, si tiene algún sentido, siento que los cuentos de este libro fueron como… ¿como un tanatólogo que te ayuda a aceptar la muerte de ese mundo? ¿Como una guía en el trance del dolor hacia la aceptación?
En ese sentido, puedo decir que La chica oculta fue una experiencia. Fue un viaje emocional al cual todavía no le encuentro todo el sentido y sospecho que me hirió, pero me hirió de forma bella y memorable.
Por supuesto, no todos los cuentos son extraordinarios. Y aún sostengo que quizás El zoo de papel tiene más cuentos individuales que son asombrosos, pero el efecto que logra la progresión narrativa y temática de La chica oculta me parece difícil de igualar y eso lo hace para mí una antología muy disfrutable y muy bien lograda.