Mexican Gothic es una novela que me llamó la atención desde su lanzamiento, básicamente por la idea de leer una historia tan de género ambientada no solo en México, sino muy muy cerca de casa: en un lugar que no se llama Real del Monte, pero aceptémoslo: es Real del Monte.
La novela sigue a Noemí, una chica que llega a High Place, la mansión creepy en la que vive la todavía más creepy familia Doyle, unos ingleses dueños de una mina, solo que la mina está arruinada y ellos también están arruinados, pero siguen viviendo como ricos.
La misión de Noemí es averiguar qué rayos sucede con su prima Catalina, quien meses atrás se casó con el joven heredero de los Doyle, pero lo último que se supo de ella es que algo malo sucede en la mansión y ella está perdiendo su sanidad mental.
Y bueno, la novela cumple, no está mal. Es entretenida y te mantiene interesado entre la intriga, el misterio, el personaje de Noemí como mujer independiente, astuta y rebelde que está determinada a encontrar la verdad; y también con estos coqueteos entre el horror y el erotismo muy propios de la novela gótica. Además, la maquinaria del horror que se revela hacia el final es fascinante tanto a nivel estético como conceptual.
No es un mal libro y a lo mejor me habría gustado más de no ser porque, mientras más lo avanzaba, más sentía que Mexican Gothic (y esto debe haber sido involuntario) tiene confluencias temáticas muy fuertes con Nuestra parte de noche, solo que todo lo que Silvia Moreno-Garcia hizo de forma decente, Mariana Enríquez lo hizo de forma excepcional.
Tanto Mexican Gothic como Nuestra parte de noche son historias que siguen a un clan familiar depravado, así como a los personajes que vienen de fuera y que se mezclan involuntariamente con la familia, solo para encontrar la determinación de subvertir el orden y acabar con la depravación del clan.
Ambas son novelas de terror con un claro elemento sobrenatural, pero el horror sobrenatural es más una representación o extensión de horrores realistas: ambas historias tienen como centro el colonialismo, el extractivismo y la perversión de las clases dominantes.
Tanto la familia Doyle en Mexican Gothic como los Bradford en Nuestra parte de noche llevan tras de sí un historial de explotación de la tierra y de sus trabajadores; de enriquecimiento a costa del otro y, en el caso de los Bradford, también de implicación con las dictaduras argentinas y su conteo brutal de muertes y desapariciones forzadas.
Esto hace que ambas novelas sean un increíble take del horror en suelo latinoamericano. De hecho, la principal razón por la que Nuestra parte de noche me pareció genuinamente escalofriante y en serio hubo noches que me quedaba despierta mirando el techo pensando: “Oye, ¿y qué tal si la Oscuridad, ese dios salvaje, demoníaco y devorador al que adoran en el libro, en serio existe?” es porque Mariana Enríquez metaforiza tan bien el horror realista dentro del horror sobrenatural que se pierde la distinción entre uno y otro.
En serio Mariana Enríquez te convence de que no hay razón por la que Carlos Slim no podría estar en este mismo momento haciendo ritos de invocación a un dios oscuro y terrible y sacrificando y mutilando gente para alimentarlo. Es que, a fin de cuentas, cuando se tiene todo el dinero y todo el poder que puede tenerse, ¿cuál es la siguiente frontera?
Esa parece ser la pregunta que se hacen ambas novelas y la respuesta, de nuevo confluyente, es: la inmortalidad. Perpetuar la consciencia usurpando los cuerpos de los descendientes o de víctimas propicias. Y, ¿qué es esto sino la depravación final de la lógica del colonialismo y del despojo? Habiéndolo colonizado todo, al amo solo le queda colonizar otros cuerpos para existir más allá de su muerte física.
Tanto en Mexican Gothic como en Nuestra parte de noche, los miembros de la clase dominante despiertan fuerzas que sobrepasan lo humano y no pueden ser vencidas por esfuerzos humanos individuales. En eso también metaforizan el colonialismo.
Sin embargo, con todas estas similitudes entre los Bradford y los Doyle, siento que ambas novelas son abordajes totalmente contrapuestos del mismo tema. Incluso son representativos de tradiciones literarias muy distintas: de cómo los subgéneros en Latinoamérica conservan cierta comunión con lo literario, mientras que en el espacio angloparlante a menudo tienen una vocación más comercial (y quizás, digámoslo, superficial).
La novela de Mariana Enríquez es una cosa muy rara para mí porque no puedo decir que me encantó, pero una y otra vez siento la necesidad de decir cosas buenas de ella.
Quizás una de las razones por las que no solo no me encantó, sino que a ratos me desesperó fue porque no iba al grano. Hay fragmentos y fragmentos larguísimos que compilan crónicas familiares que carecen de todo clímax. De repente sentí que la novela tenía una vocación como de Cien años de soledad: crónicas familiares que por alguna razón son hipnóticas, pero que, como los hilos de una historia familiar realista, carecen de un propósito claro y del calculado tejido de una trama.
No aprecié mucho este aspecto de Nuestra parte de noche en su momento. Pero, en retrospectiva, veo que justo ese desborde y ese desdén por un plot mesurado y cuantificado crean una sensación de vastedad, de que la historia no es un universo cerrado, sino que está entretejida y empalmada con la realidad.
Es una historia que se parece a la vida porque es la vida: los personajes se sienten mucho más grandes que lo que se abarca de ellos en las más de seiscientas páginas de la novela, que ya es bastante, pero aun así se siente que los personajes y la historia son más anchos, se escapan, la novela no puede contenerlos.
Y todos estos interminables meandros en los que se mete la prosa de Enríquez son una excusa para que la prosa descienda a otro lugar, para que toque algo blando y terrible que acaso sea el légamo de la Oscuridad dentro de nosotros. Tan es así que la novela no me encantó, pero a la fecha me habita, no puedo olvidarme de ella.
En comparación, Mexican Gothic se siente como una maqueta bien cerradita y encapsulada. Es una buena historia que responde a reglas del storytelling y tiene un poco de todo en justa medida, pero es que es justo eso: el plot está medido, los personajes están medidos, la intriga está medida, los stakes a los que se permite llegar están medidos, la prosa está medida. Nunca te olvidas de que es una historia con límites muy claros.
Y la cierras y tiempo después vuelves a ir a Real del Monte y al Panteón Inglés y no sientes ese escalofrío de omg, ¿qué tal si todo fue real?
Para mí, esta diferencia no es nunca más evidente que en sus finales. El final de Nuestra parte de noche se siente frío, desolador. Puede que el bien haya triunfado, pero, ¿a qué costo? Demasiadas vidas se han arruinado y lo que cargan los personajes es algo que nunca podrá deshacerse. Eso genera la sensación de que el mal prevalece: nunca podrá ser erradicado de verdad.
En cambio, la secuencia final de Mexican Gothic está tan sacada de cualquier película de Hollywood que hasta sentí poquita pena ajena. Incendios, persecuciones y el cierre de oro con un beso en el que el amor triunfa sobre el mal. Lo cual no es que esté mal en sí. A mí me encanta el amor triunfando sobre el mal, pero… ¿en serio?
Es como si a la novela le diera miedo descender un poquito más abajo y atreverse a incomodar. Lo cual es una pena porque los temas que toca son extremadamente incómodos y Nuestra parte de noche demuestra precisamente que con esos temas se podía herir al lector al nivel del trauma incurable.
A lo mejor comparar es matar la alegría y estoy quitándole méritos a Mexican Gothic, que en realidad es una novela disfrutable y bien hecha y es obvio que no tiene los mismos propósitos artísticos que Nuestra parte de noche.
Aun así, siempre siempre voy a preferir una novela que se arriesga y se compromete y quiere comérselo todo. Y Mexican Gothic, en definitiva, es una novela que más bien prefiere complacer y quedarse en lo segurito sin destramparse.