Reseña El tercer mundo después del sol

Una antología que hace que nos preguntemos: ¿qué es la ciencia ficción latinoamericana? ¿Puede siquiera existir?

Parece que, cada vez que se publica una antología de ciencia ficción latinoamericana, se estuviera respondiendo a la pregunta: “¿Se puede escribir ciencia ficción en Latinoamérica? ¿Eso existe siquiera?”

 

Se me ocurre que la pregunta sigue en el aire porque a menudo la respuesta que ofrece una antología como El tercer mundo después del sol es un poco ambigua, por lo menos a ojos de ciertos lectores.

 

Me encontré varios comentarios en Goodreads en la tónica de “Esto no es ciencia ficción, no deberían venderlo así”, “Esto está más emparentado con el realismo mágico o la fantasía”, “Es new weird” o “Los cuentos que retoman tropos clásicos de ciencia ficción son lo mismo de siempre, pero con nombres hispanos o indígenas. No hay construcción real del territorio”.

 

O sea que, en opinión de algunas personas, o los cuentos son latinos, pero no son ciencia ficción. O son ciencia ficción, pero no son latinos. Y pareciera que el término “ciencia ficción latinoamericana”, permanece vacante.

 

Sí soy honesta, yo diría dos cosas: la primera es que pues sí, la mayoría de los catorce cuentos aquí contenidos no son aquello a lo que la ciencia ficción anglosajona nos tiene acostumbrados (¿y por qué lo serían? Rodrigo Bastidas habla ampliamente de esto en su brillante prólogo). Lo segundo es que: ¿a quién le importa si no hacemos ciencia ficción como los gringos?

 

A mí no, por lo menos.

 

He leído muchos cuentos de ciencia ficción gringa en los que el elemento cienciaficcional (la nave, el robot) es explícito y tiene brillo propio, sí. Pero, cuando lo analizas cinco segundos, no está contribuyendo en verdad a la trama. Poner un robot o ambientar en una distopía se vuelve a veces un commodity, un decorado para contar una historia que pudiste contar en un contexto realista, pero te quisiste ver fancy.

 

En cambio, algo que me gustó de El tercer mundo después del sol fue que todos los cuentos son premise dependent. Es decir: hacen planteamientos que apuestan contra el contexto realista y la trama entera se ve afectada por esa apuesta.

 

Son historias que no podrían funcionar sin el elemento especulativo, aunque el elemento no necesariamente sea cienciaficcional, porque sí, muchas veces este cae más bien en el orden de lo mágico o de lo fantástico.

 

Pero, en realidad, yo aprecié esa diversidad de perspectivas: que no necesariamente haya que hablar de ciencia dura para imaginar otros presentes y otros futuros. Y que haya todo tipo de abordajes sobre el territorio: desde sí, cuentos como Slow Motion y Constelación nostalgia, que no dependen en absoluto del contexto latino; hasta cuentos que retoman la flora local, el turismo enteogénico, la repercusión del cambio climático en el sur global, la herida de la conquista, el imaginario precolombino; la coexistencia de la tecnología con el racismo, la pobreza y la precariedad… Temáticas y preocupaciones netamente latinoamericanas.

 

La segunda cosa que le destaco a esta antología y que me hace preguntarme por qué querríamos, siquiera, hacer ciencia ficción como la gringa fue que, en estos catorce cuentos, vi un esfuerzo formal, una prosa más rica que contrasta con la escritura parca y funcional que se ve muchas veces en la gringósfera.

 

Se ve un intento de asir lo inasible, de llegar a algo informe y más grande que a lo mejor el texto no logra tocar, pero lo bordea. Acaso esa sea la función de la literatura: hacer que las palabras rocen aquello que las palabras no pueden decir.

 

Algunos de los cuentos que más me impactaron son los que más ambicionan en ese sentido: La sincronía del tacto, de Gabriela Damián Miravete, que dibuja una idea de interconexión y trascendencia mística; A través del Avatar, de Laura Ponce, que canta el deseo de huir del mundo hacia algo más grande que acaso esté en la virtualidad (y además es como un isekai latino: nunca había visto algo así. Fascinada quedé) y Other voices, de Giovanna Rivero, que aborda a un hikikomori con poéticas turbocuriosas sobre la nada y la disolución de la identidad.

 

Los otros cuentos que más disfruté brillan no necesariamente por la prosa ambiciosa, sino más bien por la construcción impecable de un imaginario o una premisa: Constelación nostalgia, de Juan Manuel Robles, que es una pura delicia de neurociencia dura y me tuvo todo el tiempo en awe con el viaje intelectual. Y Khatakali, de Elaine Vilar Madruga, que tiene un wolrdbluiding hipnótico y construido no solo con la coherencia, sino con el tejido cautivador del lenguaje.

 

La experiencia de lectura me pareció disfrutable, en general. Los cuentos son extraordinariamente diversos y la gran mayoría tiene al menos un detalle que sorprende por lo imaginativo que es o por la reinterpretación que aporta a los imaginarios especulativos de Latinoamérica.

 

Ahora bien, si algo echo en falta de manera general es a lo mejor un poco de ¿redondez? Casi todos los relatos plantean al menos una cosa interesante, pero creo que algunos tienen cierta ¿desconexión de ideas? Cierta tendencia a empezar con una cosa y terminar en otra totalmente distinta y dejarte así de ¿por qué me contó esto así, en esta progresión y con estos elementos?

 

O quizás es que recuerdo de qué tratan la mayoría de los relatos: hay una premisa o un desarrollo de ideas interesantes o memorables. Pero de algunos no recuerdo un personaje tremendo, una sensación distintiva, una impronta emocional o ese tipo de final contundente que te graba una historia a fuego en el cuerpo.

 

Pero bueno, ese efecto es difícil de hallar en todo tipo de literatura y tiene mucho que ver con la sensibilidad del lector, así que quizás es solo que algunos cuentos no me apelaron de manera personal.

 

En todo caso, no dejo de destacar el esfuerzo de hacer este tipo de compilaciones que nos permiten mirar un tipo de literaturas que se miran muy poco en Latinoamérica. ¡Larga vida a nuestras literaturas especulativas!

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